Rentabilidad de la formación a través de su carácter estratégico

Que una empresa consiga incrementar su nivel de competitividad, la mejora del rendimiento de sus trabajadores y que facilite la adecuación persona-puesto a través de la formación y el reciclaje de las competencias de sus colaboradores, actualmente no es tan obvio ni tan sencillo como a menudo acostumbramos a escuchar. 

Es cierto que si involucramos nuestra política de formación en la estrategia global de la empresa, y asumimos esta premisa como característica de nuestra organización, podamos pensar que hemos dado el primer paso para conseguir aquellas ventajas u otras relacionadas con el reciclaje y actualización de competencias de nuestros trabajadores. Pero esto a veces no suele ocurrir así. 


A menudo sólo encontramos argumentos para pensar en lo contrario, ya que los objetivos que se plantean olvidan con frecuencia que los resultados son muchas veces la consecuencia de una actividad orientada también a medio y largo plazo, y esto en el caso de la formación que programan y organizan las empresas es algo de importancia capital. 


Ha llegado el momento entonces de plantearnos que si desligamos la formación que realizamos de su carácter de continuidad imprescindible, no llegaremos a conseguir muchos de los beneficios globales que se asocian a las acciones formativas diseñadas.

¿Se hace oportuna la evaluación de la mejora llevada a cabo en el puesto de trabajo, para que comprobemos que muchos de los aspectos que pretendíamos introducir, no se han llegado todavía a producir en nuestro negocio? 
¿Estamos seguros de la consecución de nuestros objetivos empresariales a través de la formación?, ¿podemos constatar que efectivamente la formación no es un coste, sino que es una inversión?. ¿Somos conscientes de que soluciones puntuales al margen, no llegaremos a asegurar cambios realmente duraderos en nuestra compañía, si no definimos de antemano la secuencia estratégica de mejora que queremos llevar a cabo en nuestra empresa mediante la formación? 

Por otra parte, sólo conseguiremos la calidad y la excelencia en cualquier proceso de nuestra empresa, si lo relacionamos con la evaluación de éste. 

Como hemos dicho, los beneficios de la formación son numerosos, pero debemos tener siempre presente, que éstos no se consiguen automáticamente sino que deben darse primero una serie de condiciones que garanticen su logro. 

Además, debe estar apoyada por Dirección, y deben ser evaluados los resultados y la transferencia al puesto de trabajo, no sólo la percepción final de los participantes. 


Así, se podrán comprender entonces las razones que impiden que el proceso formativo que reciben nuestros colaboradores no consiga los resultados previstos, llegando a optimizar no sólo los recursos humanos sino también los presupuestos asignados al plan de formación. 

De este modo, cualquier empresa que quiera garantizar unos resultados óptimos a través de la formación, deberá plantearse qué tipo de orientación es la que le otorga a su formación, y hasta qué punto no le interesa el llevar a cabo un proceso de innovación y reciclaje de sus trabajadores de carácter estratégico y sujeto a un procedimiento de calidad. La consecución real de los objetivos posteriores nos servirá de argumento.

Publicado en La verdad 12/07/01





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